sábado, 29 de agosto de 2020

Capítulo 10: Cómo estresa la vida del superhéroe

Otra noche movida. Generalmente solía salir bastante airoso de las situaciones más peliagudas pero aquella noche no. Había recibido alguna torta de más y no le había gustado ni un pelo. ¿A qué se debía? Pues lo sabía perfectamente. Unos ojos claros le habían dejado un poquito trastocado unos días antes. Y esos ojos habían provocado que no estuviese a la altura de la situación. Ya entró mal en escena, y de lo primero que se llevó fue un mamporro en la boca de tal magnitud que le  envió al otro lado de la sala, amén de hacerle escupir un diente. Se quedó mirando fijamente al agresor, trató de rehacerse y olvidar esas distracciones que le habían desequilibrado en el combate. Se dirigió hacia él con una media sonrisa, cínica, mellada, pero sonrisa al fin y al cabo. El delincuente, que se temió lo peor, levantó las manos de inmediato rindiéndose pero no evitó que se llevase una retahíla de tortas que lo dejó tendido en el suelo totalmente KO. Se quedó exhausto delante del ladrón, jadeando y con un hilillo de sangre aun corriendo por su mentón. Había conseguido evitar que aquel pobre idiota robase aquel cuadro de gran valor en la casa del millonario playboy de moda. Pero ahí no quedó la cosa. En aquel momento entró el dueño de la casa en la sala poniendo el grito en el cielo ante la escena que se encontró. Llamó de todo al héroe pese a que había conseguido evitar males mayores en la casa y se lío a patadas con el infeliz que se encontraba inconsciente en el suelo. El Superhéroe se quedó estupefacto ante la exagerada reacción del ricachón  y no se lo pensó dos veces, le asestó tal torta a mano abierta que lo tumbó encima del caco. Aquí el único que repartía era él. Con todo, el Superhéroe, no sabía cómo encajar aquello. Menuda mierda. Podía entender la razón del ladrón pero lo de aquel pollo pera de revista cuché se salía de toda lógica. Así que se fue de allí mosqueado con todo, pero antes le metió una patada al niñato en las costillas, para desestresar, que la vida del superhéroe agota mucho

Capítulo 9: Paseo por el centro de salud.

Estaba oyendo la bronca del enfermero pero no la escuchaba. Le dolía todo el cuerpo demasiado como para ponerse a inventar excusas pero sabía que, o cambiaba de consultorio médico, o tarde o temprano iban a darse cuenta que algo extraño sucedía. No podía ser que casi todas las semanas fuese a que le diesen algunos puntos, le colocasen algún hueso, o cualquier otra urgencia médica que necesitase tras una jornada nocturna de lucha contra el crimen. Hacerse pasar por patoso, o por increíblemente patoso, terminaría por no colar. Los gritos del enfermero atrajeron la curiosidad de una doctora que observaba a ambos desde el otro lado del pasillo. Ella ya había caído en la cuenta de que, efectivamente, ese paciente era demasiado patoso como para hacerse tantas averías en tan poco tiempo. Se acercó hasta ellos y, manteniendo cierta distancia, observó con sus ojos claros mientras le daban el último punto en la maltrecha ceja. El Superhéroe advirtió la presencia de la doctora que le miraba entre sorprendida y guasona. Este, sin saber cómo responder, le devolvió una medio sonrisa dolorida. La doctora, divertida por la situación, solo dijo "ahora mismo lo único que parece correcto en ese cuerpo es esa sonrisa" y se volvió abandonando el box de curas. Al Superhéroe se le congeló el semblante estúpidamente. Tras unos instantes tratando de asumir aquello cogió sus pertenencias y renqueante se fue a casa. Se merecía un descanso, aunque las palabras de la doctora siguieron rebotando en su cerebro.

lunes, 24 de agosto de 2020

Capítulo 8: Si libras no te metas.

¡Ay, por Dios! ¿Pero cuando iba a acabar aquello? Pensó el Superhéroe.  Solo quería pagar su compra e irse a casa. Pero aquel tipo berreándole a la pobre cajera del supermercado no estaba dispuesto a permitirlo. Lo que tenía que aguantar la mujer (y el Superhéroe) cada día. Tanto que, harta de la situación, había llamado a la policía. Y allí estaban todos, el follonero, la cajera, una pareja de la Policía Nacional, el Superhéroe  y una cola de gente esperando para pagar que casi llegaba al fondo del supermercado. La policía, también con una paciencia inmensa, trataban de hacer entrar en razón al descerebrado aquel, cuyo único plan en ese momento era llevarse por la cara una botella de whisky, de doce años nada menos (tonto que era el amiguete) y que aseguraba “alguien” le había metido en el interior del abrigo. Y ahora tocaba oír el “¿oiga, usted no sabe con quién está hablando?” del caradura,  el “cálmese caballero o nos lo llevamos esposado a comisaría” de la policía, o la cajera con el “jolines Eusebio, todas las semanas igual con el güiski. Voy a llamar a tu mujer a ver qué dice”. Pero el Superhéroe, que aún de incógnito no sabe lo que es librar, decidió intervenir. Se acercó disimuladamente al grupo del altercado, y cuando uno de los policías al verle trató de echarle el alto no se lo pensó y tal fue el bofetón a mano abierta que le metió al Eusebio que le dejó temblando y sordo de un oído; y del susto la botella de whisky fue al suelo haciéndose pedazos. En ese mismo momento se dio cuenta del tremendo desaguisado que acababa de provocar: se había ganado un paseíto en el coche patrulla junto al imbécil del Eusebio. Encima tendría que pagar el whisky, y como diría la canción “A ver si aceptan la cartilla del paro porque sino lo tenemos que robar”.

Capítulo 7: En la Oficina del Paro.

"Una, dos y tres. Una, dos y tres. Lo que usted no quiera, para El Rastro es..."

Así llevaba un rato largo. Canturreando repetidamente en bajo en la fila del paro y cada vez más desesperado mientras veía a la señorita funcionaria atender con desdén detrás del mostrador. Necesitaba un mantra cada vez que iba allí para mantener su equilibrio emocional. Estaba apuntado en las listas desde hacía tiempo y todavía no había encontrado un trabajo estable. Era penosa la situación económica y la poca utilidad de aquel organismo. También es verdad que su "otro" trabajo no le permitía mucho; entre los horarios nocturnos tan movidos y aparecer con la cara magullada demasiadas veces le llevaba a lo inevitable, la desconfianza y el despido.

Por fin le llegó su turno. La señorita funcionaria llamó al siguiente con pasotismo. El superhéroe desempleado se acercó al mostrador, enseñó dientes a modo de sonrisa y entregó la tarjeta. Cuando esta levantó la cabeza le miró como quien ve a un viejo conocido, pero al que no se quiere ver, como diciendo “¿otra vez por aquí? Tienes menos futuro que un cubito de hielo en el desierto”.

-¿Ha mirado las ofertas del tablón? ¿Algo que añadir a su currículo?- dijo con voz mecánica

-Desgraciadamente las ofertas ya están cubiertas y mi currículo “profesional” no ha variado en los últimos meses, exactamente igual que le contesto todas las veces que vengo porque apenas hay ofertas, ni cursos ni nada- contestó mientras pensaba ¡qué pena no poder demostrar mis habilidades aquí! Iba a dejar esto vacío de incompetentes y llenar urgencias con sus huesos rotos pero…

La señorita volvió a mirarle con mayor desprecio si cabe y le soltó un hiriente “es lo que hay”.

-Pues entonces, sélleme la tarjetita y me voy por donde he venido- Contestó de mala gana el Superhéroe.

Le devolvió la tarjeta sellada y cuando se iba a marchar no pudo aguantarse, y mirándola con la mayor inquina mencionó bajito algo de su padre y que se sacase un palo de no sé dónde… Y cuando quiso darse cuenta los de seguridad le habían enseñado la salida “amablemente”.

Y a todo esto seguía sin trabajo “oficial”.

Capítulo 6: Desayuno descafeinado.

Después de una noche dando mamporros y con el trabajo bien hecho le encantaba llegar a casa, darse una ducha y tomar un buen desayuno. Más tarde daría una cabezada. Ahora atacaba su cruasán con mermelada mientras leía el periódico en la tablet. Una sonrisa fue apareciendo en su cara al ver los titulares. Por fin hablaban de él en primera página. El famoso enmascarado había vuelto a hacer de las suyas. Había conseguido que aquellos ladrones de ponnies enanos fuesen detenidos con las manos en la masa. Y, oye, está bien que le reconozcan a uno sus logros. Siguió leyendo el periódico hasta que algo llamó su atención. El periodista recogía diversos comentarios de varios testigos y todos comentaban lo mismo: qué gran superhéroe pero qué hortera. A quién se le habría ocurrido el diseño del traje.

A la mierda el cruasán. Ya le habían dado el día.

Capítulo 5: Qué mierda de superhéroe.

Qué mierda de superhéroe. Allí se encontraba, sentado en el borde de la cama con los pantalones a medio subir, o medio bajar, porque no sabía realmente qué estaba haciendo. Se había despertado con fiebre, y 39 grados a primera hora de la mañana no era cosa desdeñable. Pero no era eso. Se miraba y lo que veía era penoso y patético, o directamente penosamente patético. Un luchador contra el crimen como él, al que no le asustan los delincuentes a los que se enfrenta cada noche, ni los golpes que le arrean, ni los huesos rotos (y ya llevaba unos cuantos)... No, allí se encontraba con los pantalones a medio subir (o medio bajar), abrazado a don Conejo, su muñeco de peluche que le había acompañado desde los tres años y añorando porque su madre le llevase un vaso de leche caliente y le hiciese unos mimos. Porque también los superhéroes necesitan su ración de amor de madre. Y mientras tanto seguía pensando lo mismo, menuda mierda de superhéroe.

domingo, 16 de agosto de 2020

Capítulo 4: Haciendo el jili.

Vaya noche estúpida. Llevaba cuatro horas apostado en lo alto del edificio, en la misma postura, oteando las calles en plan dóberman o halcón u otro animal similar que vaya por la vida oteando. Pero no se movía absolutamente nada ni nadie. Y quién iba a salir con aquella nevada. Había que ser un poco jili para desafiar las bajas temperaturas y la nieve ya casi llegaba a la rodilla. Pero el Superhéroe seguía allí en lo alto, aguantando el tipo, en plan zorro (otro que otea) olisqueando el ambiente y escudriñando el horizonte.

Cuando llevaba vigilante un tiempo más que considerable se dio cuenta que bajo aquella situación ni a los malvados se les ocurriría asomar la gaita. Así que se incorporó, su espalda crujió recordándole que la posturita no era la más adecuada, estiró todo su cuerpo tratando de desentumecerlo y soltó un simple “me cagó en tó”. Puso fin a la noche de trabajo y ya pensaba en ese chocolate caliente que se tomaría en casa. En días así no llegaba a entender cómo leches había elegido aquel trabajo. Y sin remunerar. Con lo agustito que estaría en casa haciendo macramé mientras veía una película. A la mierda la lucha contra el crimen, coño. Al menos por esta noche.

Capítulo 3: A mí con esas.

El tío no se creía la ristra de tortas que le estaba dando aquel enmascarado. Él solo había robado una cartera del bolso de aquella mujer. Y tampoco había encontrado nada de valor. Así que vale que había robado pero no terminaba de entender por qué aquel tipo le estaba dando las del pulpo, por una simple cartera. Tras un rato y cuando parecía que por fin se había cansado de darle puñetazos levantó la cabeza y cómo pudo le preguntó que quién era.

—Soy el Superhéroe, idiota ¿no me reconoces?— contestó extrañado de la pregunta el enmascarado.

El ladrón le miró perplejo y tras unos instantes le espetó —¿Qué leches de superhéroe? Pero si lo único que llevas es un antifaz. No me dirás que ese vaquero y la camiseta del carrefour son parte de tu atuendo. Todo superhéroe que se precie debe llevar un traje adecuado, con capa y los calzoncillos por fuera…— y se rio de su propia gracia al tiempo que tosía por el esfuerzo.

El Superhéroe se quedó sin palabras. Tras un momento de duda le dijo que había tenido un problemilla con la lavadora, y que había estropeado el traje y que la paga del paro no le daba para más y… En ese momento se dio cuenta que estaba dando unas explicaciones innecesarias. Así que dio por zanjada la conversación con el ladronzuelo soltándole otro guantazo que le dejó inconsciente al tiempo que murmuró —Toma capa y toma calzoncillos ¡Gilipollas!

Capìtulo 2: Qué problema.

¡Joder, qué disgusto! Y ahora qué iba a hacer. No podía creer que algo así le pudiese suceder a él, con lo cuidadoso que era siempre. Lo miraba una y otra vez y no salía de su asombro. Pero cómo se había apañado. Y el problema principal era lo que aquello iba a suponer en breves horas. Realmente implicaría solo una cosa, pero algo de importancia vital: no podría proteger a la ciudad del crimen.

Su mirada iba de un lado a otro. A un lado, el origen del problema; al otro, la consecuencia desatada. Miraba la ruletita con desespero, cómo no se había dado cuenta. Había metido el traje de superhéroe en la lavadora y en su afán de eliminar las manchas lo había puesto a 90 grados. El resultado saltaba a la vista: un trajecito de superhéroe apto para un niño de doce años. En fin, no quedaba otra, tendría que salir igualmente a la calle porque alguien debe salvaguardar la ciudad. Aunque fuese en vaqueros.

Capítulo 1: Presentación.

Cuando acabó, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho. Los músculos doloridos de dar mamporros a diestro y siniestro. Miró alrededor y lo que vio, pese a lo impactante de la escena, no pareció impresionarle mucho. Todo estaba destrozado, y había varios cuerpos alrededor algo más que perjudicados. Se echó mano a la mandíbula, parecía que uno de esos desgraciados le había roto alguna muela. Al mirarse los puños estaban llenos de sangre. Recuperó el aliento y decidió que ya era hora de volver a casa. Esa noche su lucha contra el crimen había concluido. Salió del local con cierta premura, seguro que la policía estaba a punto de hacer acto de presencia. Llegarían tarde, como siempre. Él ya les había hecho el trabajo sucio.

Iba por calles poco transitadas, buscando el abrigo de las sombras para no ser visto hasta que llegó a su guarida, un pisito de protección oficial en las afueras. Se dejó caer sobre el sofá exhausto. Mientras tomaba una cerveza se miraba el traje, no le cabía más restos de sangre y suciedad. Suspiró y se levantó encaminándose lentamente hacia la ducha. Tras quince minutos bajo un reparador chorro de agua caliente salió despacio, recogió la ropa tirada en el suelo y fue a la cocina. Examinó las manchas del traje, sabía que aquello le iba a costar quitarlo. Aplicó el detergente sobre la mancha y lo metió en la lavadora. Si había algo que siempre odiaba de aquel trabajo era precisamente el después. No ganaba para trajes. Llevaba ya tres en lo que iba de año y la subvención de superhéroe del ministerio todavía no había llegado. Se rio de su propio chiste. Ojalá le diesen una subvención. En cualquier caso tendría que cuidar un poco más el uniforme. A ver cómo le decía a los malos que tuviesen cuidado, que no se lo manchasen. No era serio. En fin, pensó que mejor iba a dedicar su esfuerzo inmediato, aunque le doliese todo, a prepararse una buena cena. Tenía que amortizar las clases de cocina de los martes y jueves. Y mañana se dedicaría a limpiar la casa como hacia todas las semanas, porque la lucha contra el crimen no estaba reñida con tener una casa decente.