Sacó al cachorro a la calle. Empezaban las clases de urbanidad. Ya era hora de que dejase de comer zapatillas y cagarse en todos los rincones de la casa. Un superhéroe no podía estar perdiendo el tiempo haciendo de niñera. Le había comprado una correa que, para suplicio del animal, era más grande que él y lo llevaba casi a rastras por la calle. Al mismo tiempo no paraba de hablar con el chucho, como si pudiera entenderle, y el propio perro lo miraba con cara de ¿qué coño me estás diciendo?
Y en esas estaban el superhéroe y el cachorro cuando una voz
burlona sonó a su espalda.
— ¿Tú no has tenido
antes un perro, verdad?
El superhéroe se volvió sorprendido, y aún más se sorprendió
cuando vio quién le hablaba: la doctora de urgencias que le había trastocado
días atrás. Y, mira por dónde, también paseando a un perro. La gran diferencia
es que su cachorro de pastor alemán casi cabía en la boca del gran danés de la
doctora.
El superhéroe no atinó a juntar las palabras adecuadas para
explicarse; que era verdad que no había tenido perro, que no eran horas para
andar arriba y abajo con el animal, que estaba cansado...
La joven lo miraba con sorna. Le hacía gracia aquel tío, no
sabía por qué pero algo le llamaba la atención.
— ¿A qué te dedicas?—
le espetó a bocajarro, pillando de nuevo al superhéroe fuera de juego.
Él la miró
estupefacto. Qué decir. ¿Que por el día trabaja en lo que sale y por la noche
lucha contra el crimen? Pues no. Así que saltó con una gracia.
— Pues ahora mismo
tratando de enseñar al niño buenos modales pero no nos entendemos— dijo
nerviosamente.
La doctora siguió mirándole mientras el superhéroe hacía más
gestos que palabras salían por su boca. En definitiva, patético. Y hasta él
mismo se dio cuenta de ello.
—Hay que tener
paciencia con ellos, terminan entendiendo lo que quieres decirle. Pronto verás
resultados— afirmó ella.
En ese momento, el superhéroe miró hacia abajo y el cachorro
se estaba meando en su zapato. La doctora soltó una carcajada y añadió:
—Pero creo que hoy
no va a ser— y prosiguió su paseo mientras se despedía con un ademán dejando al
superhéroe chafado.
Él miró fijamente al perrillo y no le quedó otra que
decirle:
—Muchas gracias,
pedorro ¿te has quedado a gusto?