Necesitaba unas vacaciones. Con unos pocos de días le serviría para desconectar. Su cuerpo le urgía un descanso porque los últimos episodios en su lucha contra el mal habían sido duros. Y su cabeza también pedía un respiro.
Su amigo de la infancia le había
ofrecido varias veces una casita en el campo. Según él todo un mundo de
tranquilidad. Y por eso terminó por aceptar su oferta.
Pero cuando llegó se encontró que
en el chalé de al lado una pandilla de chavales estaban de juerga y con la
música a todo volumen. Aquello le tocó
un poco la moral. Y cuando, y pese a darles un par de toques de atención,
aquello continuaba a la tres de la mañana pasó a ser altamente estresante. Así
que decidió tomarse la justicia por su mano. Y sin traje de superhéroe ni nada.
Directamente y sin llamar entró en la casa, pegó un par de bofetadas a algunos
de los muchachos y tiró el equipo de música a la piscina. El silencio se adueñó
del lugar. Así mucho mejor, pensó. Al volver a la calle se encontró con un grupo de
vecinos que le aplaudieron agradeciéndole la acción. Fíjate, estaba bien un
poquito de reconocimiento sin una máscara que ocultase su identidad. Y también
algo de silencio.